Cuando el proteccionismo hundió a la economía mundial

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Corre el año 1929. En Wall Street, los brókers corren desesperados, el pánico se adueña de la Bolsa de Nueva York y, en un parpadeo, la prosperidad de los felices años veinte se convierte en polvo.

 

La Gran Depresión ha comenzado.

Con millones de estadounidenses perdiendo sus empleos y fábricas cerrando, la clase política busca desesperadamente una solución.

Es en este contexto que dos senadores, Reed Smoot y Willis Hawley, presentan una idea que, en papel, parece brillante: aumentar los aranceles a productos importados para proteger la industria y el empleo nacional.

La Ley Arancelaria de Smoot-Hawley de 1930 nace con la promesa de salvar la economía estadounidense, pero en su lugar, la hunde aún más y arrastra al mundo entero en el proceso.

 

Un mundo en crisis

A finales de los años veinte, Estados Unidos era la potencia económica más grande del mundo.

La Primera Guerra Mundial había debilitado a Europa, y muchos países dependían de los bienes y la inversión estadounidense para su recuperación.

Sin embargo, la crisis de 1929 puso fin al optimismo. Con el crack bursátil, el desempleo se disparó, y los bancos colapsaban en cadena. Frente a esto, Smoot y Hawley, dos republicanos convencidos de que el proteccionismo era la clave, propusieron una legislación que impondría los aranceles más altos en la historia del país.

Con el apoyo del presidente Herbert Hoover, la ley se aprobó en junio de 1930.

Elevó los aranceles a más de 20.000 productos importados en un intento de proteger la industria y la agricultura local. La idea era sencilla: si los productos extranjeros eran más caros, los consumidores comprarían productos nacionales, y esto generaría empleo.

Pero la economía no funciona con lógica de manual.

 

La reacción internacional y el colapso del comercio mundial

Los países afectados no tardaron en responder.

Canadá, uno de los principales socios comerciales de EE.UU., impuso aranceles sobre productos estadounidenses como el trigo y la madera, dañando gravemente a los agricultores del Medio Oeste.

La reacción en Europa fue aún más severa: Francia, Alemania y el Reino Unido establecieron barreras comerciales similares, cerrando mercados clave para la economía estadounidense.

 

El efecto dominó fue devastador.

Antes de la ley, EE.UU. exportaba cerca de 5.200 millones de dólares en bienes al año. En 1933, esa cifra se había reducido a 1.600 millones, una caída del 66%.

En lugar de estimular la economía, la ley redujo la demanda mundial de productos estadounidenses, llevando a más despidos y un colapso aún mayor de la industria.

Pero el golpe más brutal lo sintieron los agricultores.

En los años previos a la Gran Depresión, los productores estadounidenses exportaban grandes cantidades de trigo y algodón.

Con la guerra comercial en marcha, estos mercados desaparecieron.

Los precios agrícolas se desplomaron, las granjas quebraron y miles de familias tuvieron que abandonar sus tierras en lo que sería el éxodo masivo documentado en Las uvas de la ira de John Steinbeck.

 

El paralelismo con Trump

En 2018, casi 90 años después, la historia pareció repetirse. Donald Trump, bajo la premisa de “America First”, impuso aranceles a productos chinos por un valor de 250.000 millones de dólares, buscando reducir el déficit comercial y proteger a la industria estadounidense.

China respondió con aranceles propios, afectando especialmente a los agricultores de soja y a la industria automotriz.

Si bien la guerra comercial de Trump no ha tenido los mismos efectos catastróficos de Smoot-Hawley, sí ha generado incertidumbre en los mercados.

Ahora, con la nueva política arancelaria de 2025, el riesgo de repetir errores históricos está sobre la mesa. Aumentar aranceles en un mundo interconectado no solo afecta a los países objetivos, sino que impacta a toda la economía global.

¿Podría esta nueva medida llevar a una recesión similar a la de 1930? Es una posibilidad que no puede descartarse.

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