En el imaginario colectivo, Wall Street es sinónimo de velocidad, cifras digitales que suben y bajan, algoritmos veloces y pantallas brillantes iluminando rostros concentrados.
Pero hubo un tiempo, no muy lejano, en que el corazón financiero del mundo latía al ritmo de máquinas de escribir, llamadas telefónicas y montañas de papel. Literalmente.
Era 1968, y Wall Street estaba en auge. Las acciones volaban. El mercado había comenzado una racha alcista impresionante tras años de crecimiento económico posguerra, la expansión de la clase media y la confianza casi ciega en el capitalismo estadounidense.
Cada día, miles de órdenes de compra y venta se gritaban en el parquet del edificio de la Bolsa de Nueva York, en el 11 de Wall Street.
Pero mientras en el piso se celebraban las transacciones con gestos y voces, en los sótanos y oficinas traseras ocurría otra historia: la del colapso silencioso del sistema.
El mercado no podía con tanto
A finales de los años 60, el número de transacciones en la bolsa neoyorquina se había duplicado en menos de cinco años. En 1965, el volumen promedio diario era de unas 5 millones de acciones. Para 1968, esa cifra ya superaba los 12 millones.
Y cada una de esas operaciones requería múltiples pasos administrativos: generación de tickets, verificación de firmas, entrega física de certificados de acciones, cheques, comprobantes y más.
El trabajo recaía en los llamados “back office clerks”, empleados que organizaban, archivaban y confirmaban cada transacción.
Estos jóvenes, muchas veces sin experiencia en finanzas, trabajaban jornadas de 14 y hasta 16 horas al día, de lunes a sábado, solo para evitar que el sistema colapsara. Pero el caos era inevitable.
A veces se perdían certificados, otras veces se enviaban a la dirección equivocada, y en muchos casos simplemente no se registraban correctamente. Las firmas de corretaje tenían sus propias bodegas con pilas de papeles sin procesar que crecían como montañas de nieve tras una tormenta. El sistema estaba saturado.
Algunos lo compararon con un «taco de tráfico bancario».
Una solución drástica
A mediados de 1968, la Bolsa de Nueva York decidió que no podía continuar así. Las pérdidas operativas crecían, los errores amenazaban la confianza en el sistema, y las demoras podían provocar disputas legales millonarias.
¿La solución? Inaudita: cerrar la Bolsa todos los miércoles.
Durante seis meses, desde el 12 de junio hasta el 31 de diciembre de 1968, Wall Street no operó los miércoles. Era como si el corazón de la economía global dejara de latir una vez por semana para “respirar”.
La idea era sencilla pero drástica: dar un día a la semana a las oficinas administrativas para ponerse al día con el papeleo acumulado. Además de esto, la bolsa acortó su horario de operaciones en los demás días hábiles.
La medida generó polémica. Algunos inversores protestaron, mientras otros celebraron tener más tiempo para analizar decisiones.
Pero en el fondo, todos sabían que la crisis era más profunda que un simple retraso operativo. Se trataba de un sistema que había quedado obsoleto frente a su propio éxito.
Entre humo, estrés y montañas de papel
Imagina por un momento el escenario de aquel verano de 1968. Oficinas sin aire acondicionado adecuado, decenas de personas trabajando hombro con hombro entre archivadores repletos, montañas de sobres, lápices, sellos, reglas, y mucho, mucho humo de cigarrillo.
Los errores eran inevitables.
A veces una letra mal escrita, un número ilegible o un ticket extraviado provocaban horas de investigación. En otras ocasiones, se producían ventas de acciones que en realidad ya habían sido transferidas a otro cliente. El pánico de una auditoría era constante.
En ese contexto, los jefes de las firmas de corretaje comenzaron a temer que algún escándalo mayor sacudiera la confianza del público. Si la gente creía que su dinero no estaba seguro, el castillo de naipes financiero podía desmoronarse en cuestión de semanas.
El nacimiento de la DTC
La crisis del papeleo no solo fue una advertencia, sino también un motor de cambio. Ante la gravedad de la situación, se aceleró una transformación histórica: la creación de la Depository Trust Company (DTC) en 1973.
La DTC fue pensada como un «banco central» de certificados bursátiles. En lugar de mover físicamente los títulos de propiedad, se adoptó un sistema de registro electrónico y custodia centralizada. Se almacenaban los certificados en una cámara acorazada, y a partir de ahí se realizaban transferencias electrónicas entre cuentas.
Este sistema redujo errores, aceleró las transacciones y permitió el crecimiento exponencial que caracterizó al mercado en las décadas siguientes.
La implementación no fue inmediata, pero el caos de 1968 había demostrado que seguir con papel no era sostenible. En 1971, además, se fundó el NASDAQ como el primer mercado electrónico, otra consecuencia indirecta de esta crisis silenciosa.
El día que Wall Street tocó fondo… en papel
La historia del cierre de los miércoles en Wall Street es, para muchos, una anécdota curiosa. Pero en realidad, representa uno de los momentos más críticos en la evolución del sistema financiero moderno.
Fue un recordatorio de que incluso los gigantes tienen pies de barro si no adaptan sus estructuras al crecimiento.
A veces, el mayor obstáculo al éxito no es la competencia ni el mercado, sino la propia incapacidad del sistema para sostenerlo.