En el año 2008, cuando la crisis financiera sacudió al mundo, un ejecutivo de Wall Street llamado Richard Morgan se encontraba en una sala de reuniones con vista a Manhattan.
Frente a él, los gráficos rojos caían en picada en la pantalla de su ordenador. La deuda hipotecaria, los préstamos impagables y la burbuja financiera que muchos habían ignorado finalmente estaban cobrando su precio.
Con una taza de café temblando en su mano, Morgan murmuró para sí mismo: “Todo esto es deuda sobre deuda”.
Lo cierto es que su afirmación no podía ser más precisa.
En el corazón de la economía mundial existe una verdad incómoda: el mundo debe más de tres veces lo que produce.
La deuda global, entre gobiernos, empresas y hogares, ha superado el 330% del PIB mundial. Esto significa que, si se sumaran todas las deudas del planeta, no bastaría con la producción anual de bienes y servicios para pagarlas. Pero, ¿cómo llegamos aquí?
El ciclo de la deuda: una historia repetitiva
La economía moderna opera bajo un ciclo continuo de crédito y deuda. Cuando un país necesita infraestructura, emite bonos. Cuando una empresa quiere expandirse, pide préstamos.
Cuando un ciudadano quiere comprar una casa, recurre a una hipoteca. El problema surge cuando la deuda crece más rápido que la capacidad de pago.
Un caso claro es Japón, cuya deuda pública supera el 260% de su PIB. Sin embargo, sigue operando con normalidad porque la mayor parte de su deuda es interna y tiene tasas de interés muy bajas.
Por otro lado, países como Argentina han vivido crisis recurrentes por el peso de su deuda externa, que depende de inversores internacionales y de monedas extranjeras como el dólar.
¿Por qué no colapsa la economía global?
A pesar de estas cifras alarmantes, la economía sigue funcionando porque la deuda no se paga completamente: se refinancia.
Los gobiernos emiten más bonos para pagar los anteriores, las empresas buscan nuevas rondas de financiamiento y los ciudadanos renuevan sus hipotecas. Mientras haya confianza en que los pagos seguirán llegando, el sistema se mantiene estable.
Sin embargo, basta con una crisis de confianza para que todo se tambalee. En 2008, cuando los bancos dejaron de prestarse dinero entre sí por miedo a impagos, el sistema financiero colapsó.
De manera similar, si los países con grandes deudas pierden la capacidad de refinanciación (como sucedió con Grecia en 2010), la economía puede entrar en un espiral de crisis.
La trampa de la deuda: una historia de dos extremos
Para entender mejor este fenómeno, imaginemos a dos emprendedores. Carlos y Sofía abren sus respectivas cafeterías en la misma ciudad.
Carlos, confiado en que el negocio crecerá rápidamente, pide un préstamo enorme para abrir varias sucursales en un año. Por otro lado, Sofía empieza con un local modesto, reinvirtiendo sus ganancias para crecer de forma más controlada.
Al principio, el enfoque de Carlos parece más exitoso: sus cafeterías aparecen en todas partes. Pero cuando las tasas de interés suben y las ventas no crecen al ritmo esperado, empieza a tener problemas para pagar su deuda. En cambio, Sofía, con menos presión financiera, navega mejor las dificultades del mercado.
En términos económicos, Carlos es un reflejo de muchas economías modernas que dependen del crédito para crecer, mientras que Sofía representa una visión más conservadora que evita los riesgos de un endeudamiento excesivo.
La deuda, bien gestionada, puede ser un motor de crecimiento y desarrollo. Sin embargo, cuando se convierte en una herramienta de consumo sin control o en una forma de sostener estructuras insostenibles, se convierte en una bomba de tiempo.
La historia económica nos ha mostrado que el endeudamiento excesivo no es un problema inmediato, sino una carga que, con el tiempo, puede desencadenar crisis inesperadas. El reto está en encontrar el equilibrio entre aprovechar el crédito y no caer en una espiral de deuda sin retorno.
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