La vuelta al mundo con 4 dólares

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En la primavera de 1935, mientras el mundo se tambaleaba bajo la sombra del fascismo, la amenaza de guerra y la Gran Depresión, un joven de Georgia, Estados Unidos, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados viendo cómo la vida pasaba.

Tenía 25 años, una mente inquieta, un cuerpo atlético y un corazón lleno de sueños. Su nombre era Fred A. Birchmore, y estaba a punto de escribir uno de los capítulos más impresionantes y menos conocidos de la historia de los viajes de aventura.

Fred no era rico. No tenía patrocinadores ni una red de apoyo internacional. De hecho, comenzó su viaje con apenas 4 dólares en el bolsillo.

Su compañera de ruta sería una bicicleta alemana que él mismo bautizó como “Bucephalus”, en honor al caballo de Alejandro Magno. No era una bicicleta común: pesaba 25 kilos y Fred cargaba otros tantos con herramientas, ropa, una pistola, un diario de viaje y una grabadora de voz portátil que usaba para dictar impresiones cuando no podía escribir.

 

La travesía comienza en Europa

Fred partió en barco desde Nueva York y llegó a Atenas, Grecia, donde comenzó oficialmente su travesía ciclista. Su objetivo era ambicioso: dar la vuelta al mundo pedaleando, recorriendo Europa, Asia, Oriente Medio, el norte de África y finalmente regresar a América.

Desde el principio, el viaje fue una combinación de paisajes sublimes, encuentros inolvidables y desafíos extremos. En Grecia, dormía bajo las columnas del Partenón y comía aceitunas que le regalaban en los mercados.

En los Balcanes, pedaleó por caminos de tierra mientras escuchaba a lo lejos los tambores de los conflictos políticos que empezaban a agitar la región.

En Italia, se encontró con la propaganda fascista de Mussolini por todas partes. Fred escribía en su diario con tono crítico, describiendo los contrastes entre la belleza de Roma y la opresión del régimen. A veces lo confundían con un espía o un periodista extranjero, lo que le causó más de un interrogatorio.

 

El paso por la Alemania nazi y el eco de la historia

Uno de los momentos más tensos del viaje fue su paso por Alemania. Corría 1935, y el régimen nazi ya había tomado el control absoluto. Fred pedaleó por Berlín y otras ciudades, observando con ojos abiertos la propaganda antisemita y el militarismo creciente.

A pesar de las advertencias, quiso ver con sus propios ojos lo que se cocía allí. Más tarde contaría que nunca olvidaría “el brillo en los ojos de algunos jóvenes oficiales, un fuego fanático que no auguraba nada bueno”.

En cada país, Fred aprendía frases en el idioma local, se ganaba la simpatía de la gente con su espíritu curioso y dormía donde lo recibieran: iglesias, monasterios, casas de campesinos, estaciones de tren abandonadas.

 

Persia, desiertos y peligros reales

Desde Europa siguió hacia el Medio Oriente. En Turquía fue arrestado brevemente, acusado de espionaje por fotografiar instalaciones militares sin saberlo. En Persia (hoy Irán), cruzó desiertos enteros con temperaturas que alcanzaban los 50°C. En una ocasión estuvo a punto de morir de deshidratación. Solo sobrevivió gracias a un grupo de beduinos que lo encontró inconsciente y lo reanimó con agua y pan seco.

En la India, su travesía se volvió aún más surrealista. Pedaleaba entre templos milenarios, compartía caminos con elefantes, y cruzaba campos donde los tigres aún eran una amenaza real. En una carta a su familia, Fred escribió: “He perdido la cuenta de los días y de los kilómetros. Pero cada amanecer es una nueva historia que me espera”.

 

China: otro mundo dentro del mundo

En China, en plena etapa previa a la Segunda Guerra Sino-Japonesa, Fred pedaleó por aldeas donde nunca habían visto a un occidental. Fue recibido con asombro, hospitalidad y miedo. Muchos creían que era un emisario celestial o una especie de mago. En ocasiones, tenía que dormir en las afueras de los pueblos porque su presencia generaba demasiado revuelo.

Aprendió a usar palillos, tomó té con sabios taoístas y cruzó campos de arroz hasta que su bicicleta finalmente comenzó a deshacerse. “Bucephalus” había aguantado todo tipo de climas y terrenos, pero el desgaste era inevitable.

 

El regreso y la consagración de una leyenda

Finalmente, Fred cruzó el Pacífico en barco desde Shanghái hasta San Francisco. Luego volvió a pedalear hasta llegar a su casa en Athens, Georgia, donde lo esperaba su familia y un pequeño grupo de curiosos. Había recorrido más de 64.000 kilómetros (40.000 millas), cruzado 21 países en tres continentes y acumulado un sinfín de anécdotas.

Pero lo más sorprendente es que su viaje no fue el fin de su espíritu aventurero. A lo largo de su vida, Fred siguió explorando el mundo. A los 61 años, recorrió el Sendero de los Apalaches a pie. A los 65, navegó en kayak por el canal de Panamá. A los 70, se embarcó en nuevas rutas en bicicleta por Centroamérica. Y a los 80 años, todavía conducía su motocicleta Harley-Davidson para hacer escapadas de fin de semana.

Fred falleció en 2012, a los 100 años de edad, dejando atrás un legado de aventura, curiosidad y determinación que hoy muy pocos conocen, pero que merece ser contado una y otra vez.

Invertir, como viajar por el mundo con una bicicleta, no es una carrera de velocidad, sino de resistencia. Y el verdadero éxito no se mide solo en resultados, sino en lo que se aprende y se transforma uno mismo en el proceso.

La vuelta al mundo con 4 dólares
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