En 2010, un joven israelí-estadounidense llamado Adam Neumann tuvo una visión: transformar la forma en que trabajamos.
Inspirado por los espacios colaborativos que había visto en Tel Aviv, fundó WeWork, una empresa que ofrecía oficinas compartidas con un enfoque moderno y vibrante.
Con su carisma desbordante y un discurso que mezclaba innovación, comunidad y espiritualidad, Neumann no vendía simples metros cuadrados de oficina; vendía una nueva forma de vida. Y la gente lo compraba.
Unos años más tarde, en la otra esquina del mundo empresarial, Masayoshi Son, el carismático líder de SoftBank, buscaba revolucionar la industria tecnológica.
A través de su Vision Fund, un gigantesco fondo de inversión respaldado por Arabia Saudita y otros socios, Son soñaba con financiar empresas que cambiaran el futuro. En 2017, ambos hombres se conocieron en una reunión que sería el inicio de una historia tan ambiciosa como problemática.
Son quedó impresionado por Neumann. En solo 12 minutos, decidió invertir 4.400 millones de dólares en WeWork, convencido de que estaba ante el próximo gran gigante tecnológico.
Lo que siguió fue una relación que prometía ser una colaboración revolucionaria, pero que terminó convirtiéndose en una advertencia sobre los peligros del exceso y la falta de controles.
Gigantes con pies de barro
Impulsada por los millones de SoftBank, WeWork creció a un ritmo vertiginoso. Abrían oficinas en decenas de ciudades, cada una con un diseño espectacular y un ambiente que invitaba a la creatividad.
Neumann, que se veía a sí mismo como una mezcla de empresario y gurú, hablaba en entrevistas sobre su misión de “elevar la conciencia del mundo”. Incluso se aventuró en negocios completamente ajenos al coworking, como una escuela privada llamada WeGrow.
En sus años dorados, WeWork no solo era una empresa; era una marca cultural. Las startups soñaban con trabajar en sus espacios, las fiestas de inauguración eran legendarias y Neumann parecía tener el toque de Midas.
La empresa alcanzó una valoración de 47.000 millones de dólares en 2019, un número que parecía confirmar que todo era posible con una buena dosis de capital y audacia.
Sin embargo, detrás del brillo, los números no cuadraban.
WeWork estaba perdiendo miles de millones de dólares al año. Su modelo de negocio, que consistía en alquilar edificios a largo plazo y subarrendar espacios a corto plazo, dependía de una ocupación constante que no siempre se alcanzaba.
Los analistas empezaron a cuestionar si WeWork era realmente una empresa tecnológica, como decía Neumann, o simplemente un negocio inmobiliario disfrazado.
Colapsa la burbuja
El momento decisivo llegó en agosto de 2019, cuando WeWork presentó los documentos para salir a la bolsa.
Por primera vez, el mundo tuvo acceso a sus cifras financieras y detalles de gobernanza. Los resultados fueron devastadores. No solo las pérdidas de la empresa eran enormes, sino que el liderazgo de Neumann parecía más una caricatura que un ejemplo de profesionalismo.
Se revelaron gastos excesivos, como un jet privado de 60 millones de dólares, y conflictos de interés, como la decisión de alquilar edificios de su propiedad a WeWork.
La reacción del mercado fue brutal.
La valoración de WeWork cayó en picado, y la empresa tuvo que cancelar su salida a la bolsa.
En pocas semanas, Neumann fue forzado a dimitir como CEO. Masayoshi Son, quien había apostado su reputación en el éxito de WeWork, quedó atrapado en una de las mayores crisis de su carrera.
SoftBank intentó rescatar la situación invirtiendo aún más dinero en la compañía, pero el daño ya estaba hecho. La valoración de WeWork cayó de 47.000 millones a solo 8.000 millones.
El sueño había colapsado.
¡No era oro!
La historia de SoftBank y WeWork es un recordatorio poderoso de que no todo lo que brilla es oro.
Las valoraciones infladas y las narrativas carismáticas pueden ser peligrosas. Siempre es crucial analizar los fundamentos antes de invertir. Además, incluso las empresas más prometedoras pueden fracasar si no tienen un liderazgo sólido y una gobernanza adecuada.
Al final, el exceso de confianza y la falta de controles llevaron a SoftBank a un error multimillonario, y WeWork pasó de ser un ícono cultural a un caso de estudio sobre cómo no gestionar una startup.
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